Franz Kronreif, Viena
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Viena creció sobre todo en las últimas décadas del 1800. En aquella época, los planificadores del desarrollo de la ciudad preveían una población de 8 millones de habitantes con servicios e infraestructuras adecuadas; hoy, sin embargo, Viena tiene menos de 2 millones de habitantes y Austria en su totalidad no supera los 9 millones. A finales del 1900, la necesidad de regeneración urbana de la capital se había vuelto urgente, sobre todo en determinados contextos: había barrios habitados principalmente por personas nacidas en el lugar, de edad avanzada y empobrecidas; en otros lugares, aumentaban los inmigrantes y las familias numerosas hacinadas en apartamentos. La Administración de Viena ya había creado una nueva institución social para hacer frente a esta situación, especialmente para que la población local pudiera seguir viviendo en el entorno en el que había nacido. Pero me daba cuenta de que era necesaria una mayor cooperación.
En este contexto, mi profesión de arquitecto y urbanista me ofrecía recursos y competencias que podían aportar perspectivas innovadoras. Mi estudio de arquitectura se había especializado durante años en el campo de la reestructuración; tal vez por ello, en el 2001 la administración municipal me encargó la elaboración de varios proyectos de planificación urbana, empezando por un barrio en riesgo cerca de la estación oeste. En esa zona, los problemas parecían estar especialmente concentrados: 5.000 habitantes en 115 condominios, delincuencia, drogas, prostitución, personas mayores y pobres, marginación de familias inmigrantes, falta de espacios verdes, etc.
De acuerdo con nuestros colegas, decidimos no sólo considerar la remodelación urbana, sino también la regeneración del tejido social. Teníamos claro que el objetivo principal no eran los metros cúbicos de los edificios, sino las oportunidades de vida de las personas, por lo que se necesitaba recomenzar desde las relaciones sociales, porque la calidad de un sistema complejo se mide a partir de sus puntos débiles, y por eso había que identificar los nudos decisivos del tejido social, donde la tensión suele ser más fuerte y las necesidades más dolorosas.
Por lo general, antes de la aprobación del instrumento de planificación urbanística detallada, los principales interesados tienen la oportunidad de conocer el proyecto en preparación y hacer preguntas a las oficinas pertinentes: su participación es crucial. Pero esta vez, la Administración que los había convocado sólo había recibido cinco respuestas… y todas negativas. En ese momento, propuse a mis colaboradores cambiar el método, empezar por escuchar a la gente y buscarla en el barrio. Nos reunimos con los propietarios de los condominios, pero también con los inquilinos, dejándonos interpelar sobre todo por los que vivían en la periferia, incluso por los que, a veces, ni siquiera podían hacer un comentario. Recogimos las historias de tantos, dedicando seis largos meses a esta operación y nos ganamos su confianza; la gente del barrio se sintió partícipe de un proceso político que suele ser ignorado al principio y cuestionado al final. Y esto funcionó, porque en la presentación pública el plan fue aprobado por unanimidad.
Pudimos proponer un conjunto de medidas que hasta entonces parecían imposibles. Así ocurrió, por ejemplo, cuando acordamos la demolición de dos casas con su propietario, para responder a la gran necesidad de espacios verdes del barrio y crear un pequeño parque público. Incluso cuando los caminos se complicaron y los intereses en juego se hicieron pesantes, la posibilidad de reimaginar un barrio a escala humana nos empujó a hacer todo lo posible. Y después de algún tiempo, pudimos alejarnos de una perspectiva estrictamente urbanística e implicar a otros actores.Con algunos estudiantes de ciencias motoras de la Universidad de Viena, y de arquitectura de la Academia de Bellas Artes, iniciamos otro proyecto: “la ciudad móvil”, para una movilidad urbana más respetuosa con las exigencias de los niños. A continuación, se celebró una jornada pública en la que inauguramos varios espacios de juego e interacción entre familias de diferentes culturas, a la que asistieron unos 800 niños, de entre 9 y 14 años, y muchas familias inmigrantes.
En una fase posterior, trabajando durante tres días con un grupo de chicos que participaban en un proyecto titulado “Coloreemos la ciudad”, desarrollamos algunas ideas de planificación urbana para un barrio céntrico, especialmente para la plaza situada frente a un centro escolar. Allí nació otra idea: promover una fiesta de Nochevieja con toda la gente del barrio, abierta también a los refugiados y a las personas sin hogar del barrio. Con ellos intentamos reinterpretar los espacios al servicio de una sociabilidad positiva e inclusiva. Entonces fueron los jóvenes quienes tomaron la iniciativa y surgió el encuentro dominical “Social Sunday “.
Fueron necesarios años de trabajo, pero la estructura del barrio ha cambiado y algo se ha movido también en las zonas colindantes, con un interesante proceso de ampliación de la metodología y los resultados. Mientras tanto, nuestro estudio ha sido galardonado varias veces con el “Premio a la renovación de la ciudad”, y le han seguido otros encargos de planificación urbana por parte de la administración. Nunca he pensado en ocupar un espacio que no fuera el mío: la función de la administración política de la ciudad tenía sus propios instrumentos y responsabilidades, pero creo que puedo decir que nuestro papel también tenía una repercusión y una responsabilidad política precisa, facilitando el diálogo entre los ciudadanos y las instituciones como puede hacer un “mediador sutil”, para componer las tensiones propias del instrumento urbanístico y dar armonía a la construcción social.
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