Amelia López. Córdoba, Argentina

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Cuando en Córdoba, en 1985, con la Pastoral de la Iglesia Católica, ayudé a organizar el primer Congreso Nacional de la Juventud que reunió a 120.000 chicos y chicas de toda la Argentina con el lema “Construyamos juntos una patria de hermanos”, nuestro país salía de décadas de dictadura: 30.000 desaparecidos, una noche profunda… Como muchos otros jóvenes, yo también sentí el deseo de pasar página. Dependía de nosotros sanar esas heridas profundas y me di cuenta de que la política era una forma elevada de expresar mi pasión y transformar la realidad. 

Di mis primeros pasos políticos en las organizaciones profesionales intermedias cuando el clima democrático del país volvía a florecer; no sin dificultades, por supuesto, como joven y como mujer. Trabajaba en la educación y en el ámbito de la salud. Después de un tiempo fui contratada por el Ministerio de Educación nacional y, como otras personas del Movimiento de los Focolares también trabajaban allí, se creó un fuerte vínculo entre nosotros que nos permitió compartir nuestro camino profesional día a día. También nos dio un gran impulso la noticia de que Chiara Lubich había reunido a políticos de todo el mundo en un movimiento internacional en esos mismos meses. 

Había empezado a militar en un partido de mi provincia, Córdoba, en diversos cargos; unos años más tarde fui nombrada ministro de Educación de la provincia. Había cuestiones importantes que abordar y hacerlo con prudencia y firmeza, pero también con empatía, era un reto difícil, diría yo, si no hubiera buscado inspiración en un principio político tan decisivo como la fraternidad. Me repetía que cada decisión abría o cerraba una puerta, la posibilidad para muchos de conseguir o no el derecho a estudiar y formarse. He tratado constantemente de conciliar los intereses en juego, más aún cuando entraban en conflicto, y de responsabilizar sobre todo a los que estaban en el aula cada día, los profesores, los alumnos.

Fue esta experiencia la que me llevó a ser electa a la Cámara de Diputados. El ejercicio legislativo fue un nuevo campo de entrenamiento: aprender a elegir el diálogo, pero también a discrepar respetando las posiciones de los adversarios, aceptar la lenta construcción de consensos en leyes fundamentales como la de educación nacional, escuchar a los ciudadanos… El ejercicio del poder en una perspectiva de servicio me hizo conocer las múltiples facetas de la acción política, también el dolor, con la inercia de los mecanismos, las presiones. La continua confrontación, el apoyo e incluso las correcciones de quienes compartían mis ideales fueron fundamentales.

Hace cinco años, el Parlamento de Córdoba me eligió, con el voto del partido gobernante y de la oposición, Defensora de los Derechos del Niño y del Adolescente, una institución prevista por la Convención de los Derechos del Niño de la ONU para garantizar y promover el acceso de los niños y adolescentes a sus derechos fundamentales, previniendo las violaciones y vigilando las políticas públicas. Hace dos meses fui reelegida por segunda vez. Es una responsabilidad apasionante poder dar voz a estos jóvenes ciudadanos, poniendo en marcha herramientas y recursos para que puedan participar de verdad.

Los problemas de la sociedad contemporánea tienen un impacto dramático en ellos, y la visión de la política centrada en los adultos dificulta enormemente los objetivos establecidos en los Tratados internacionales. Los abusos en todas sus formas, la pobreza multidimensional que les afecta, los conflictos familiares, las adicciones, la violencia digital, las migraciones forzadas… Es un escenario que pesa en las historias de tantos niños y adolescentes, poniendo en riesgo sus vidas en el presente y su futuro. 

Entre las primeras experiencias en las que los niños y los jóvenes fueron protagonistas, con un diálogo efectivo entre generaciones y con las instituciones políticas de las ciudades, recuerdo los “dados de la paz” y las “mesas de barrio”. Mediante el juego y los momentos artísticos, expresaron ideas y compromisos concretos, mientras los profesores, los padres y los líderes del barrio se comprometían con ellos. Hoy, en dos ciudades, el “dado” se exhibe públicamente para recordarnos que la política es la casa de la paz y que las ciudades que construimos a escala de los niños y los jóvenes tienen más posibilidades de convertirse en ciudades de todos. Creo que puedo decir que se trata de un nuevo modelo de gobernanza que se está implementando a través de un pacto de ciudadanía inclusivo, que genera espacios y herramientas verdaderamente democráticas.

Los derechos de la primera infancia son uno de los principales temas de defensa política, especialmente en la actual situación de aislamiento provocada por la pandemia. Ya existen herramientas de seguimiento y aprendizaje colectivo, pero era necesario dar un paso adelante, un programa estratégico que implicara a toda la provincia. Por eso hemos puesto en marcha un proceso participativo para identificar los problemas más urgentes y definir objetivos y acciones coordinadas. Se trata de una nueva experiencia de trabajo en red y, por tanto, de corresponsabilidad, que hoy implica al cuerpo legislativo y al ejecutivo provincial, a los representantes de las organizaciones nacionales, a la sociedad civil, al mundo académico y a las organizaciones profesionales. La cooperación que se ha puesto en marcha, superando las diferentes visiones ideológicas, es capaz de responder mejor a los problemas tanto cotidianos como estructurales y ahora la estrategia implica también a los alcaldes a nivel local, para que ningún niño, ninguna familia se quede sola ante las dificultades. 

Está claro que tenemos que abordar y resolver los prejuicios, tensiones y celos institucionales que no pueden faltar cuando se trabaja en un proyecto innovador y complejo. Esta profundización en nuestras relaciones es una tarea interminable, pero nos orienta a dar respuestas más flexibles y diversificadas, y a dar espacio a las voces de todos los ciudadanos, que deben ser los verdaderos sujetos de una política fraterna. 

Cuando las dificultades se hacen más crudas, me pregunto si mi ingenuidad es grande… pero entonces vuelvo a mi elección inicial, a esa gran pasión que me hizo soñar con construir un país de hermanos: ha habido éxitos y errores, pero persiste una fuerte convicción, la que vi en Chiara. En su vida he visto que es posible asumir el dolor de los demás y llevarlo juntos, según las posibilidades que tengamos, pero sin rendirnos.

 

Esta experiencia fue presentada durante la convención internacional CO-GOVERNANCE corresponsabilidad en las ciudades hoy, del 17 al 20 de enero de 2019

Panel 2 – Megaciudades y pueblos del mundo: por qué la identidad y la interconexión son importantes hoy en día