Generar compromisos universales para abordar problemas como el cambio climático o la pérdida de diversidad biológica son asignaturas pendientes de la diplomacia ambiental.
Por Joaquín Salzberg
Los problemas ambientales actuales no reconocen las fronteras con las que hemos dividido el mundo. Por ejemplo, un gobierno, por sí solo, aún si aplica políticas completamente sustentables, no va a poder evitar que su población sufra las consecuencias del cambio climático.
Esto es así porque hay problemas ambientales que son problemas mundiales. Son una amenaza a la vida en el planeta y su naturaleza requiere soluciones que sean aplicadas por todos los países. Frente a esta realidadad, necesitamos dejar de pensar en el mundo unido como un sueño y concebirlo como una estrategia de supervivencia.
¿Cómo se traduce el mundo unido a la cruda realidad de las negociaciones ambientales internacionales? Para lograr defender sus intereses individuales y al mismo tiempo enfrentar problemas comunes, los países han optado por crear instituciones y mecanismos para combatir coordinadamente los problemas ambientales.
Este es un trabajo que se viene desarrollando desde hace casi 50 años y ha generado decenas de acuerdos multilaterales ambientales. En general, estos consisten en regulaciones sobre un tema que todos los Estados se compromen a cumplir. El nivel de detalle de lo que hará cada país y el nivel de éxito de estos acuerdos ha sido variable.
Por ejemplo, en el Protocolo de Montreal, todos los países del mundo decidieron que iban a dejar de utilizar ciertos tipos de sustancias que agotan la capa de ozono. Desde su firma, en 1987, se han eliminado más del 98 % de las sustancias controladas y hoy dicha capa muestra signos consistentes de recuperación.
Sin embargo, muchos otros acuerdos no han sido tan exitosos. El desafío de generar compromisos universales para abordar acabadamente problemas como el cambio climático o la pérdida de diversidad biológica son asignaturas pendientes de la diplomacia ambiental.
No es simple ponerse de acuerdo sobre quién tiene la responsabilidad en la emergencia de problemas que son multicausales. Tampoco es facil decidir cuáles de todas las soluciones es la mejor para resolverlos.
Aún más complicado es consensuar quién pagará las acciones necesarias para llevar adelante políticas de escala monumental, especialmente cuando los recursos nacionales para financiar la transición hacia un mundo sustentable difieren mucho según el nivel de desarrollo de cada país.
Como las soluciones son difíciles de consensuar, los países estan apostando a acordar objetivos ambientales mundiales hacia donde todos deben apuntar. Luego, cada Estado propone individualmente cómo contribuir a esos objetivos, según sus posibilidades y capacidades.
El ejemplo paradigmático de este enfoque es el Acuerdo de París. Durante dos décadas, el mundo intentó sin éxito acordar qué había que hacer para combatir el cambio climático y quién tenía la responsabilidad de actuar. Luego de sucesivos fracasos, en 2015, se logró acordar a través de un cambio de estrategia.
Se consensuó un objetivo mundial –mantener la temperatura del mundo muy por debajo de los 2 ºC y esforzarse para limitar el aumento a 1,5º– y se decidió que todos debían colaborar definiendo por su cuenta una contribución nacionalmente determinada (NDC, por sus singlas en inglés).
Este enfoque “de abajo hacia arriba” está rindiendo frutos. Los países ya presentaron sus primeras NDC y, dado que los análisis dicen que se requieren contribuciones más ambiciosas para alcanzar el objetivo del Acuerdo de París, actualmente están presentando NDC actualizadas.
Este modelo menos prescriptivo y más colaborativo está siendo replicado en otros procesos internacionales. Un caso para seguir de cerca es la negociación del Marco Mundial de Biodiversidad posterior a 2020, el cual busca hacer frente a la creciente pérdida de diversidad biológica y servicios ecosistémicos.
Este Marco propondrá un sistema de compromisos nacionales y objetivos globales parecidos a los del Acuerdo de París. Por ejemplo, algunos proponen proteger la naturaleza de un 30 % de la superficie del planeta. En caso de que esto sea acordado, cada país deberá definir, posteriormente, cómo contribuirá a ese objetivo mundial.
Todos estos tratados, convenciones y marcos internacionales tienen una relevancia central en la lucha contra la degradación del ambiente. Nos dicen hacia dónde debe dirigirse el mundo para lograr respuestas adecuadas a problemas de escala global.
Pero si bien son una condición necesaria para resolverlos, no son una condición suficiente. Los acuerdos no se implementan solos: prevén que los países emprendan acciones nacionales y locales que, todas sumadas, estén a la altura de la respuesta que precisamos a nivel mundial. Sin ellas, los acuerdos multilaterales ambientales son poco más que palabras en un papel.
El desafío es, por lo tanto, lograr acuerdos ambientales universales que cada país –y cada ciudad, empresa y organización social– haga realidad allí donde la acción ambiental se hace material. Es un proyecto sin precedentes que implica construir, de forma pragmática y realista, un mundo más unido. Es la clave para resolver la crisis ambiental.
El autor es diplomático argentino. Especialista en negociaciones ambientales internacionales.
Artículo publicado en la edición Nº 626 de la revista Ciudad Nueva.
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